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sábado

Tiempos posmodernos

La mañana avanzaba lentamente ese día de junio y las nubes grises y bajas que flotaban sobre la ciudad parecían haberse estacionado allí para siempre. El verano que comenzaba no parecía que fuese más o menos caliente que el de otros años, pero había menos bullicio en las calles. Al menos en esto, el curso del tiempo hacía sentir los cambios que producía.

Eladio tenía problemas para entender ese concepto tan básico y tan misterioso que llamamos Tiempo y siempre estaba haciéndose preguntas y proponiendo respuestas para aliviar la desazón que todo lo relacionado con esto le producía.
Era un hombre, por lo demás, alto, flaco y huesudo, con una cabeza como esculpida en piedra y una barba rala y negra. Tenía cuarenta y tantos años y estaba aquella mañana sentado en el parque leyendo  “Ser y Tiempo” de Heidegger, un libro que en nada se parece a los que suelen llevarse consigo cuando uno quiere pasar un rato al aire libre o disfrutar del clima benévolo. Eladio no podía, ni quería, disfrutar en absoluto. Había adoptado hacía mucho la postura de que la vida era algo difícil y terrible y que el disfrute era una pérdida de tiempo…sí, en la mayor parte de las cosas de Eladio el tiempo figuraba como protagonista.
Cerró  el libro, después de subrayar una frase junto a la cual escribió la palabra “crucial” y comenzó a andar hacia la puerta de salida. Llegó allí y se detuvo. Parecía como si estuviera tratando de recordar algo muy importante, su actitud era la de quien se detiene a reflexionar si no ha dejado en el lugar del que viene algún  paraguas olvidado. De hecho, Eladio dio media vuelta sin desplazarse demasiado y contempló la torre que dominaba el parque que estaba a punto de abandonar. Era la Tour Saint Jacques, en la que Pascal había realizado importantes experimentos y que en otra época formaba parte de una iglesia que desaforados parisinos habían quemado y demolido en la Revolución. Pero no era en Pascal ni en la Revolución en lo que pensaba Eladio, tampoco en el imaginario paraguas, desde luego. Pensaba en el tiempo. Y éste pasaba, mientras él le dedicaba sus pensamientos, sin parecer alterarse en absoluto.

- ¿Me puede decir Ud. qué hora es? – preguntó la joven.

Eladio tardó un largo momento en percatarse de que la pregunta estaba dirigida a él. Cuando al fin cayó en cuenta y mientras levantaba el brazo y dirigía una mirada automática a su reloj pulsera Longines, hizo una fugaz observación de la muchacha y sintió que algo en ella le resultaba familiar.

Era una mujer de unos veinticinco años, delgada, pequeña, con el cabello negro cortado à la garçon y una sonrisa fácil en su boca bien formada y juguetona. Iba vestida con un conjunto de primavera lila, zapatos blancos de buena calidad y llevaba al hombro una cartera de marca. Eladio pensó primero que era alguien que llevaba retraso para algún rendez vous pero tuvo que cambiar de opinión de improviso cuando la mujer continuó, al ver que al hombre le costaba responder a su solicitud:

- Se lo pregunto porque tiene usted aspecto de ser alguien con ideas precisas acerca del tiempo.

El gesto de la muñeca, la mirada y el Longines se cortaron en seco. Eladio abrió sus ojos negros hasta el máximo y observó de nuevo a la mujer, que parecía no querer otra cosa que ser observada por él.

- Me llamo Sofía- dijo.
- Yo soy Eladio- respondió él sin saber lo que hacía ni por qué.
- Le propongo que nos sentemos un momento a conversar.- replicó ella como en un juego de ping pong.

El señaló en plan zombie con el índice de su mano izquierda – era zurdo- el café que desplegaba sus mesas en la terraza del otro lado de la calle y ambos giraron la mirada hacia el semáforo. Cuando éste cambió a verde, Sofía y Eladio cruzaron la calle con pasos decididos y acompasados, como si fueran amigos de toda la vida, y llegaron hasta el Café Sarah Bernhardt, que en otra época fue lugar  de encuentro de gente de teatro y que actualmente es visitado principalmente por turistas durante el día y por el público del Chatelet durante las noches.

Después de ordenar y mirarse un rato sin atreverse a hacerlo demasiado directamente a los ojos los dos empezaron casi al unísono:

- No quisiera que usted pensara…

No. Ninguno pensaba del otro que fuera un oportunista en busca de algo turbio.

- Me dedico a la decoración- aclaró Sofía.
- Yo soy filósofo: me dedico al Tiempo – explicó Eladio.

Siguió un largo silencio.

- ¿Qué relación puede haber entre la filosofía del tiempo y la decoración? Ustedes son dos  delirantes. –

La voz que emitía estas palabras provenía de la mesa más cercana a la que ocupaban Sofía y Eladio y pertenecía a una anciana muy emperifollada que parecía haber interrumpido la lectura de un pequeño libro para dirigirse a ellos.

- Se lo diré yo.- prosiguió la señora sin esperar respuesta. Y les explicaré también que entiendo por “delirantes”, no quiero que piensen que utilizo la palabra a manera de insulto o de calificativo.

“Un calificativo es de cualquier manera” pensó Eladio para si.
-Se equivoca- dijo la anciana como si hubiera leído los pensamientos del filósofo. Puede ser, y es, un sustantivo. “Los delirantes” es el nombre que da el autor del libro que estoy leyendo a personas que están a mitad de camino entre la santidad y la locura.

Sofía y Eladio la observaban con las bocas más abiertas que de costumbre y cada uno de ellos se hizo una imagen de ella con los medios imaginativos con que contaba. Para Eladio se trataba de una anciana probablemente viuda, adinerada y aburrida que pertenecía a algún círculo esotérico o espiritista y que disfrutaba llamando la atención de la gente con la exhibición de supuestos poderes telepáticos. Para Sofía era una viejecita experimentada en cuestiones de amor que intentaba propagar su entusiasmo por la vida a quien quisiera oírla, a cambio de un poco de compañía que aliviara su soledad.
- No soy lo que ustedes piensan- prosiguió la mujer. Me llamo Eris Blackman y tengo ya setenta y cuatro años, aunque no los aparente. No suelo hablar con desconocidos y he tenido catorce amantes regulares, porque los irregulares no cuentan, son extras de mi película. Soy actriz y les invito a verme el jueves por la noche en una comedia en la que hago el papel protagónico. Espero que no pierdan la ocasión.

Con inesperada energía, la anciana se levantó, se acercó a la mesa de Sofía y Eladio y dejó en ella dos tickets que extrajo de su bolso. Con esto, una sonrisa y un ligero revoloteo desapareció del campo visual y se perdió en la multitud que recorría la acera en dirección a la entrada del Metro Chatelet.

Eladio miró su reloj de nuevo y anotó mentalmente que habían pasado siete minutos desde el momento en que abandonara el banco del parquecito. Se dijo que habían sido siete minutos repletos de acontecimientos y dejó en su cerebro una nota para pensar más tarde en la velocidad del Tiempo vacío en relación a la del Tiempo lleno.

- ¿Considera usted que tenemos algo de locos o algo de santos? Preguntó Sofía después de darle un diminuto sorbo a su café.

- Algo de ello tendremos todos de alguna manera- respondió Eladio sin pensar. Estaba sintiendo una curiosa sensación que le impedía centrarse en la pregunta que la chica le hacía. Experimentaba un ardor sexual repentino y no podía separar su mirada de los pechos de Sofía.
Esta no hizo ninguno de los gestos típicos de las mujeres que se saben observadas o deseadas, como arreglarse el escote o endurecer la mirada. Por el contrario, extendió las piernas con holgura hasta que una de ellas rozó ligeramente las de él, que de inmediato compuso su postura y se colocó en su silla como un escolar en su pupitre cuando hace su entrada el maestro.

Se sentía miserable y desarmado frente a aquella joven. Nada de lo que había estudiado sobre el Tiempo parecía servirle para iniciar una conversación con ella que tuviera algún futuro. Deseó que la tierra se lo tragara de inmediato o que estallara de pronto una tempestad. Ocurrió lo segundo.

Como si se tratara de una lluvia tropical que se desencadenara de improviso, gotas enormes y calientes en cantidad inimaginable para una ciudad tan organizada y civilizada como París comenzaron a caer sobre la mesa y sobre las cabezas de Sofía y Eladio. En cosa de segundos los dos estaban empapados y chorreando agua por todas partes. La gente corría a guarecerse bajo los aleros o en el interior de los locales y fue esto último lo que el hombre y la mujer, tomados sin saber por qué de la mano, hicieron en seguida.
Tiritando y riendo a la vez muy juntos al lado de la barra del Sarah Bernhardt pidieron un Armagnac y un Calvados y brindaron por su encuentro, por la lluvia, por Eris Blackman  y la santa locura. Era el día 30 de junio y sonaban en los Campanarios las doce en punto del mediodía.

- Son tiempos extraños- comentó un mesero a otro.
- Les temps de l’amour- agregó el interpelado citando el título de una canción de moda.

Aquella noche Sofía y Eladio durmieron juntos por primera vez.
Pero la historia no terminó allí. Apenas comenzaba. Con el tiempo se fue haciendo cada vez más intensa y significativa.

Continuará


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